El Castillo de Zafra (Guadalajara)
(Todas las fotos son propiedad del autor)

Zafra 01


    El pasado día 31 de enero de 2002 visité con un "amigo", Molina de Aragón y, hablando sobre la comarca en el Café La Granja nos sugirió Ángel, su dueño, que visitásemos el castillo roquero de Zafra así que, a la mañana siguiente partimos hacia allí con la idea de hacer algunas fotos y disfrutar la inusual temperatura en la zona (unos 14ºC). Basta recordar que hace apenas un mes, el día de nochebuena, se registraron en Molina de Aragón la friolera de 24 grados bajo cero!!.  Las fotos han quedado tan majas que no he podido resistir el colocarlas en la Web.
   


- COMO IR HASTA EL CASTILLO-
(Abstenerse domingueros, macarras y personal guarrete, ya que aquello está impecablemente limpio)

    El castillo de Zafra, al contrario de lo que suele ser habitual, no tiene ninguna aldea que cobijar en su alrededores. El poblado más cercano creo que es Hombrados, distante unos 6 kilómetros. Desde la misma iglesia del pueblo se distingue hacia el norte la silueta del castillo recortada contra el cielo sobre las crestas de la Sierra de Caldereros. Desde la propia iglesia se accede al castillo por una pista de tierra en buen estado. A los 3 kilómetros del pueblo, al llegar a una picota en la era, se toma a desviación izquierda. Un par de kilómetros más tarde, a la altura de una paridera, se vuelve a tomar el desvío izquierdo. Es difícil perderse ya que es campo abierto y puede usarse de vez en cuando, como referencia, la torre del homenaje del castillo.

    En fin, nada mejor para acompañar las fotos, que el texto que sobre el castillo publicó mi padre, Luis Monje Ciruelo, hace más de 25 años y que ha sido recogido en la página 225 de su último libro " Guadalajara a mi través ".

Luis Monje Arenas, 4 de febrero de 2002


El  inexpugnable castillo de Zafra

    Hasta ahora no había tenido ocasión de visitar un castillo medieval acompañado por su dueño. Ordinariamente nadie sabe a quien pertenecen estas viejas  fortalezas que se desmoronan lentamente en las afueras de los pueblos. Excepciones a esta regla son los castillos adjudicados en pública subasta por el Patrimonio del Estado. Pero por lo general, sus nuevos propietarios se limitan a girar una rápida visita a los ruinosos muros y a olvidarse prácticamente de ellos, por más que casi todos aseguran al efectuarse la subasta que piensan reconstruirlos.
No ha sucedido así con el castillo de Zafra, enclavado en el término municipal de Campillo de Dueñas, aunque se divisa mejor y está quizá más cerca del pueblo de Hombrados. La fortaleza de Zafra tiene dueño, y uno diría que también tiene enamorado a juzgar por la ilusión que ha puesto este castellano en su castillo.
    Don Antonio Sanz Polo, molinés de pro, educador ilustre, alto cargo en el Ministerio de Educación y Ciencia, es el señor del castillo de Zafra. Y, sin duda, tiene este título en tanta o mayor estima que los anteriores.
 

    Zafra 04 Con don Antonio Sanz Polo he ido a conocer su castillo. Fuimos por los Cubillejos y Campillo y regresamos por Hombrados. El automóvil trepó hasta la divisoria de la serrezuela de Caldereros, entre matorrales y monte bajo, y descendió ligeramente por la vertiente sur hasta llegar al mismo pie del castillo. En tomo a la plataforma rocosa en que se alza la inexpugnable fortaleza, «la más fuerte y defensada que debe haber en España», todo son rocas y praderas. Los antiguos muros se asientan sobre una enorme lastra arenisca inclinada de unos 60 metros de longitud, 15 de anchura y 12 de altura, según Layna Serrano. Desde lejos, el castillo se confunde con las inmediatas moles rocosas, intensamente castigadas por la erosión, que dan un inconfundible aspecto a esta pequeña sierra. Desde cerca, sobrecoge y anonada el considerar la faraónica empresa que supuso, allá en el siglo XII, o quizá durante la dominación árabe, su construcción.

   Zafra05 La segunda sorpresa fue comprobar que no existe ninguna vía de acceso a la plataforma del castillo. (La primera fue descubrir en lo alto de las almenas el huésped más digno que podían tener estos nobles muros: un águila, que inmediatamente se elevó en amplios círculos hasta desaparecer.) El castillo de Zafra es históricamente inexpugnable. Ya Layna Serrano cuenta que no pudo subir a él en 1.932 por más vueltas que dio en tomo a la enorme roca. Yo tampoco hubiese podido alcanzar la plataforma rocosa de no haber sido por una rústica escalera de mano colocada junto al torreón de Mediodía. Una vez arriba, con grave riesgo de resbalar y caer antes de agarrarme a la esquina del torreón, tuve que bordear un muro y andar sobre un derruido adarve, con cuidado de no mirar hacia abajo para huir del vértigo, con el fin de penetrar en el torreón septentrional, precisamente el que más destaca en las fotografías que se hacen desde el mejor ángulo.
 

    Desde lo alto del castillo se contempla medio señorío de Molina. Se ve la Torre de Aragón, el comienzo del Barranco de la Hoz, la mancha oscura de los pinares del Alto Tajo. Al pie de la torre el coche parece un bajel anclado en un mar de hierba. Es un anacronismo, porque allí lo normal hubiese sido ver caballos y guerreros. El viento azota con fuerza en la altura, aunque el día es claro y soleado.
Se comprende que don Antonio Sanz Polo desee reconstruir por lo menos este torreón para poder habitarlo. Ha conseguido, después de grandes trabajos, subir un maquinillo elevador a la plataforma rocosa, pero ahora no encuentra obreros. Cada transporte de piedras labradas le cuesta un ojo de la cara. Y allí están, al pie del castillo, sin que nadie quiera elevarlas. En algún lugar de Castilla la Vieja tiene preparadas las dovelas para los arcos. Las traerá cuando esté seguro de que puede izarlas a la fortaleza. Es una empresa aparentemente quimérica, por lo menos, quijotesca. Pero él la expone con entusiasmo, sin arredrarle los obstáculos y dificultades de toda índole. Don Antonio Sanz Polo sueña con poder pasar los fines de semana en su castillo roquero de Zafra, sin guerreros, sin pajes y sin damas. A solas con su silencio y, en todo caso, en compañía de algún amigo. Es una ilusión que ojalá pueda ver pronto convertida en realidad, porque los años pasan, y él ya no es ningún mozo. Mientras tanto se entretiene jugándose la vida cada vez que sube a su inexpugnable castillo. Y, aunque él no lo diga, quizá alguna vez piense que no hacía falta que fuera tan inexpugnable.

Luis Monje Ciruelo
Publicado el 27 de septiembre de 1979


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